Las caídas
- Rama Tronco
- 26 nov 2018
- 1 Min. de lectura
Cuando me caigo, siento las rodillas en la tierra, reclino la cabeza y mis pasos se ven detenidos. Se vuelve necesario observar el obstáculo, recapitular lo ya avanzado, la actitud que me ha traído abajo. Mirar alrededor y también hacia adentro.
Como una niña, puedo tomarlo con naturalidad, como parte de mis aprendizajes, quizás llorar, quizás dejar salir el caudal de sentirpensares que generaron la distracción. Sí, derramo esas marejadas, las dejo moverse sin culpas, que necesitaban salir para dejarme ver lo que empañó mi visión. Aunque no me dejo arrastrar, no me identifico con todo eso, no me llevan las olas, solo las miro moverse, como lo hace esta luna llena desde lo alto, con mi luz en el tercer ojo y también tranquilidad.
Reconozco con humildad que fallo, que a veces me canso, que quizás ha costado llegar hasta aquí… Con la frustración me quiebro un poco, porque necesito hacerme más pequeña para hacerme más grande. Me permito sentir una p a s a j e r a desesperanza. Me permito aceptar, resignarme a que no hay otro modo, no hay otra opción más que hacer el esfuerzo, una y otra vez, de seguir poniéndome de pie, aunque vuelva a caer.
Y, bueno, pues, solo agradezco, porque pude reconectarme con mis fundaciones, con mis certezas, con mi propósito y la importancia de cada paso. Aparto el obstáculo, tanto de dentro como de afuera, me recuerdo la importancia de estar atenta en la observación del eterno momento a momento y aceptar que puedo volver a caer, y que aquello dejara mucho aprendizaje, fortaleza y renovada humildad.

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